Parecía irreal. El sol se ocultaba en un campo de lavanda, y cientos de personas vestidas de blanco, se sentaban entre hileras de plantas moradas. Al fondo Café Quijano, tocaba boleros al atardecer. Era julio y una fresca brisa acariciaba las espigas.
Estamos hablando de un campo en las afueras de Brihuega, en plena Alcarria. A alguien se le ocurrió hace pocos años, festejar la floración de la lavanda, en julio. El pueblo entero se engalanó para la ocasión. Resurgía de ese olvido de décadas, a pesar de su cercanía a Madrid. La famosa miel está por doquier, y los lazos y los paraguas morados colgando de cables, formaban un entorno sugerente.
Todo había empezado tras regresar de un viaje a la Provenza. La imagen icónica de esta región francesa son los campos de lavanda, los perfume de Grasse, la dulzura de un entorno. Buscando ello habíamos viajado unos meses antes, para darnos cuenta de que la lavanda florecía en el mes de julio. Cuando ya nos resignábamos al eterno «otra vez será», cae en mis manos un artículo sobre la Provenza castellana, donde se produce el diez por ciento de la lavanda mundial.
Vamos allí, y claro es un Viaje a la Alcarria. Era el momento de rescatarlo del fondo del estante. “La Alcarria es un hermoso país al que a la gente no le da la gana ir”. Eso lo dijo Camilo José Cela, cuando anduvo por estas tierras en 1948. El libro es tan bueno en sí mismo que no precisaríamos movernos del sillón para vivir esa Alcarria. Un universo de personajes y lugares que se recrean en nuestra mente. Es el retrato de una época, los años posteriores a la guerra civil, que a vista de hoy parece extraterrestre. Pero claro el camino engancha, había que ir. Allí esperaban la lavanda, los boleros al atardecer y los lugares de un libro fascinante.
Cela llegaba en tren a Guadalajara, y durante once días recorrió a pie, en mulo y con los rudimentarios transportes de la época unos pueblos anclados en el pasado. Nosotros, victimas del tiempo, debíamos buscar las pinceladas que nos dieran una versión de ese gran tapiz que es el libro.
Primero buscar un buen cuartel general. La finca de Gaia, en las cercanías de Duron era perfecto. Teresa, su propietaria, le había dado el nombre de «la madre tierra», a la que había llegado desde la ciudad. Su finca había sido visitada por entusiastas de la ruta, entre ellos el hijo de autor. Además era la anfitriona perfecta. En su trayecto Cela volvía una sola vez sobre sus pasos, y era en esta zona. Así que se imponía hacer una ruta circular entre Duron, Budia y El Olivar. Cela recorrió esta ruta en junio, en un año de fuerte calor. Ahora ya en las primeras horas del día, nuestro paseo es acompañado por el olor de las hierbas y el ruido de las cigarras. Nuestro contacto con el primer pueblo de la ruta, El Olivar, nos da una pista sobre el radical cambio que ha habido en la zona. Sobre el decía Cela, “Es un pueblo miserable, perdido en la sierra, en tierra de lobos, rodeado de barrancos». Hoy se encuentra en perfecto estado de revista, y es a menudo lugar de segunda residencia de madrileños. En Budia, veraneantes y lugareños, hacen vida tranquila en sus calles, bajo una placa que recuerda su visita.
Nuestro periplo por La Alcarria nos lleva a lugares dignos de visitar. Trillo, con una central nuclear a pocos pasos, y una cascada en medio de su casco urbano.
Hablemos de personajes que han pasado por la Alcarria. Cela narra la historia de Estanislao de Kotska, también llamado El Mierda, un buhonero con una sola pierna que lleva «a hombros un ángel malo» y reclama una herencia de un virrey del Perú tío suyo.
Nosotros nos acercamos a ver la obra de otros dos madrileños, y por su obra alcarreños de adopción, Eulogio Reguillo y Jorge Maldonado. En 1992 encontraron cerca de Buendía un lugar donde podían volcar su creatividad. La piedra arenisca tenía las condiciones adecuadas para plasmar su creatividad. Así crearon una serie de figuras de carácter onírico: chamanes, la espiral de vida, el Beethoven de la Alcarria. Hoy es una ruta cercana a los dos kilómetros, que bien puede servir para despedirse de esta parte de España, que tanto tiene que ofrecer.
En carta que dirigía a Cela a Gregorio Marañón, después de decir que era un hermoso país al que la gente no le da la gana ir, añadía: yo anduve por él unos días y me gusto. Yo anduve y disfrute un julio en plena Castilla, y desde aquí animo a visitarla a los que no quieren ir.